Hoy volverán a las calles los desfiles con panderetas, pancartas, encapuchados y desórdenes para continuar protestando por todo y contra todo.
Ya las mayorías silenciosas se van hastiando de las manifestaciones violentas que llevan quince días, dejando a su paso graves daños en la vida y los bienes de una comunidad indefensa. Más de 300 policías heridos, un estudiante muerto, negocios arruinados de colombianos vulnerables, contusos en los choques entre manifestantes y fuerza pública, así como 1.5 billones de pesos en pérdidas que afectarán el crecimiento del PIB, es un saldo que mueve a reflexionar para encontrar soluciones pragmáticas.
Estas cadenas de paros se están volviendo sospechosas. Pueden tener algún estímulo no solo desde el exterior, inspirada por aquellos gobiernos interesados en volver Latinoamérica una hoguera, sino desde el interior a través de manipulaciones de dirigentes que cuando tuvieron en sus manos la dirección del gobierno nada solucionaron de las inequidades sociales. Y por supuesto engrasadas por extremas izquierdistas que desde la misma posesión del actual presidente amenazaron con mantener el país incendiado.
El comportamiento no puede ser más malicioso como el de algunos dirigentes del paro que exigen reunirse con el presidente y cuando este los convoca, o no asisten o se retiran abruptamente de las reuniones en donde se ventilan sus exigencias. Y cuando se aborda un tema y se discuten las soluciones, montan otra película de peticiones imposibles de aceptar porque van en contravía de los recursos del gobierno o de la filosofía de un Estado democrático que debe defender la institucionalidad. Es la estrategia perversa de los que no quieren solución sino problema.
Negociar el Estado para desquiciar el país parece ser la consigna de algunos agitadores del paro. Desestabilizar el gobierno, su meta. Colocar al presidente Duque a la defensiva, su estrategia. Rendirlo, su trofeo. Van urdiendo un plan maquiavélico, tan bien cocinado que el país pareciera no darse cuenta de que lo llevan a la anarquía.
Es hora de volver a la normalidad. No impuesta por el bolillo ni la piedra, sino por la convicción de reconstruir país, a base de determinaciones que sean realizables y conduzcan a hacer compatibles el crecimiento económico con el desarrollo social. Recientes encuestas de opinión revelan que el país nacional por amplias mayorías, quiere retornar a la calma. Que lo dejen trabajar sin sobresaltos, sin amenazas.
Es tiempo de hacer cumplir la ley. Acallar con hechos contundentes de gobierno aquel grito hostil de Laureano Gómez, que reeditan hoy los bochinchosos, de “hacer la república invivible”. Volver los ojos al escudo nacional que es sabio en recordar las dos palabras que deben regir a un país democrático: Libertad y Orden. Libertad para salir a la calle a protestar pacíficamente, respetando el derecho ajeno. Orden para enjuiciar a los delincuentes y promotores de las destrucciones y restablecer el imperio de la ley. Es el sabio y sano equilibrio que dejaron, ese sí inamovible, los forjadores de la república, y que los gobiernos deben adoptar como norma inmodificable de conducta.
Tomado de: www.elcolombiano.com